Dos casos recientes, la publicación de César Aira y de Roberto Arlt en chino, con suerte desigual, nos llevan a plantear el tema.
Hace un tiempo fui a comer con Fan Ye, traductor y decano de Beida, la universidad más importante del país. Llevaba una remera negra con la clásica tapa de Rayuela con letras amarillas. Esto me pareció un dato sobre la literatura argentina en China.
Otra anécdota: soy profesor en la Universidad Capital de Pekín. Una vez les dí el cuento «Continuidad de los parques» a los alumnos y luego estuvimos charlando al respecto. Para mi sorpresa, me di cuenta de que todos ellos imaginaban a los protagonistas con rasgos chinos. Esto desde ya fue una total renovación para mí del cuento. Para mí los personajes eran claramente argentinos, empezando por el estanciero que va a ser asesinado…¿Qué tenía que hacer un chino en una estancia en las afueras de Buenos Aires?
El primer escritor latinoamericano en ser traducido al mandarín fue Pablo Neruda en el año 1951, con Que despierte el leñador, dos años después de la fundación de la República China. Esta traducción no se debió solamente a los valores literarios del poeta, sino también a su filiación política. En aquel año el chileno viajó a China para entregar el Premio Lenin de la Paz a Madame Sun Yat-sen, esposa del primer presidente de la República de China, quien tenía simpatías con el régimen sovietico. Anota la profesora Lou You, traductora de Piglia, especialista en China y una de las personas que más se ha ocupado de la recepción de la literatura latinoamericana (y de cuyos relevantes reportes bebe este artículo) en China que “a partir de la traducción de Neruda comenzó una etapa que se caracterizó por la profusión de traducciones indirectas -gran parte de los libros eran traducidos del ruso, del inglés o del francés-. Además, en consonancia con la situación de la época, las obras seleccionadas se limitaban a un estilo realista, con una aguda crítica a la sociedad capitalista”.
A partir de la publicación de Neruda hasta la fecha se han publicado unos 600 libros de unos 250 autores latinoamericanos. Lo cual, si se piensa en el enorme tamaño del mercado chino, en definitiva no es mucho.
En cuanto a la literatura argentina, el primer libro en China se publicó en 1958: una antología de cuentos de Álvaro Yunque titulada Martín no robó nada. Desde ese año hasta 1978 se publicaron diez obras de autores argentinos en China. Podemos mencionar algunos: El río oscuro, de Alfredo Varela (1959); El centroforward murió al amanecer, de Agustín Cuzzani (1961); Gran Chaco, de Raúl Larra (1961) y La peste viene de Melos, de Osvaldo Dragún (1964). Casi todos estos autores tenían relación con el partido comunista o el socialismo.
No hace falta decir que luego de esta etapa, ya en los años 70 hubo poca -o mejor dicho nula -publicación de literatura latinoamericana en China: eran los años de la Revolución Cultural y de las persecuciones a los intelectuales, a la influencia extranjera y a casi todo. Pero tras la muerte de Mao hubo un auge de publicaciones de autores latinoamericanos.
En 1979, se fundó la Asociación China de Estudios de la Literatura Española, Portuguesa y Latinoamericana. A partir de entonces se inició un intenso proceso de traducción de la literatura de nuestros países. Con respecto a los escritores argentinos se publicaron libros importantes, tales como el Martín Fierro en 1984, Don Segundo Sombra en el mismo año, Amalia, El túnel y Sobre héroes y tumbas al año siguiente, El beso de la mujer araña en 1988, Boquitas pintadas en 1991, La Invención de Morel en 1992, Los Premios en 1993, Rayuela en 1996.
A propósito hemos excluido de la lista, para analizar su caso con un poco más de detenimiento, al autor de lengua española más traducido en China y sin duda uno de los más influyentes: Jorge Luis Borges. En 1979 se publicaron cuatro cuentos (“El jardín de senderos que se bifurcan”, “El Sur”, “El Evangelio según Marcos” y “Tigres azules”) traducidos por el profesor Wang Yangle en la revista Literatura y Arte del extrajero (《外国文艺》). Dos años más tarde aparecieron en la revista Literatura Mundial (世界文学) varios poemas de Borges traducidos por Wang Yongnian. En el mismo número se publicaron además “Hombre de la esquina rosada”, “La forma de la espada” y “Emma Zunz”.
Pero el primer libro de Borges apareció recién en 1983. Se trataba de una antología de sus cuentos más famosos, seleccionados y traducidos por Wang Yangle bajo un título descriptivo: Colección de cuentos de Borges. Desde entonces y hasta la actualidad se han publicado unos 65 libros de Borges y autores como Mo Yan, Yan Lianke, A Yi, Sheng Keyi o Ge Fei lo mencionan permanentemente como una influencia capital en su obra, mientras que el escritor Li Er, declaró “mi ambición es ser el Borges chino”.
Si bien es cierto que cada vez se publican más autores de nuestro país, no es menos cierto que entrar al mercado chino es complejo. En China casi no hay editoriales pequeñas o independientes como en nuestro mercado. Cada libro que se publica requiere de una gran inversión y se toman menos riesgos por lo que los autores que se publican tienen una gran carrera por detrás con grandes ventas o premios que los validen.
Por el tamaño de su mercado y por su distancia misteriosa China llama la atención de los escritores argentinos pero hay que decir que no es fácil entrar a la industria local. Cada libro que se publica aquí requiere de una enorme inversión por diversos factores y se toman menos riesgos por lo que es difícil que se publiquen autores sin grandes validaciones para los editores locales que no conocen a fondo nuestra literatura.
En estos últimos años se han publicado entre los autores contemporáneos a Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Andrés Neuman, Ángela Pradelli, Guillermo Martínez, César Aira, Martín Caparrós, Mempo Giardinelli y pocos más. Queda por hacer más trabajo de los agentes, traductores, scouts literarios, lectores, para acercar dos mundos que se desconocen entre sí pero que se desean. También en Argentina gracias a traductores como Miguel Ángel Petrecca se está traduciendo cada vez más literatura china.
En el caso de Martín Caparrós vale la pena recordar una anécdota. El libro contratado es el monumental y genial El Hambre. En este libro hay una página donde se menciona las dificultades para trabajar en China y las hambrunas que se sufrieron durante la Revolución Cultural y El Gran Salto Adelante de Mao. La editora escribió un e-mail al autor argentino pidiendo si podía sacarse esa página en la versión en mandarín. Sin responder el e-mail, Caparrós publicó en El País un artículo titulado «¿Cómo se dice ‘callarse’ en chino?» ( el 24 de febrero de 2015) en donde indagaba si debía aceptar o no publicara en chino bajo esas condiciones.
En el artículo, el autor de El Hambre reflexionaba: “Fui cobarde –u oportunista, o realista, que suelen ser sinónimos–: mi primera respuesta ante la oferta de publicación mediante módica censura fue aceptarla. Se ve que la idea de ese libro en ideogramas me atraía lo suficiente como para hacer “ese pequeño sacrificio”. Pero después pensé que sería inútil: que la ausencia de esa hambruna en un recuento de las grandes hambrunas del Siglo XX llevaría a cualquier lector chino a desconfiar de la verdad del resto. Así, todo el libro sería deslegitimado por esa omisión, pensé, y decidí no aceptarla. Hasta que un amigo me recordó que, cuando vivíamos bajo un régimen que ejercía la censura, lo sabíamos, y sabemos por qué razones ciertos libros –o periódicos, o películas, o personas– no decían ciertas cosas. Y que, por lo tanto, los lectores chinos entenderían que no había hablado de la hambruna para poder hablar del resto, y que… Parecía razonable, pero sigo dudando. Pronto tendré que resolver qué hacer, y no lo sé. Aunque quizá publicar estas líneas ya sea una respuesta. O no, quién sabe. Una de las grandes armas de los poderes consiste en ponerse a pelear con tus contradicciones, en una batalla donde no hay victoria”.
Finalmente Caparrós permitió la publicación del libro y miles de chinos los han leído con devoción, sin lugar a dudas entendiendo la omisión a cualquier realidad que tuviera que ver con su país. Vale decir además que el argentino fue invitado a presentar el libro en Shanghai y se cuenta que allí dijo todo lo que quería decir, dejando helada a la traductora.
Para cerrar, dos casos: César Aira y Roberto Arlt, dos autores con mucho en común, sin duda. Los siete locos fue publicado a instancias de la profesora Shi Wei, traductora y decana del departamento de español de la Universidad de Chengdu, en la editorial de literatura de Sichuan. Al principio se publicó con la idea de llenar un vacío: no podía ser que un escritor como Arlt no estuviera publicado en mandarín. Algunos editores chinos, incluso cuando hablan en chino, se refieren a estos casos con un término en inglés “left over classics”, clásicos dejados de lado. Se trata de esos clásicos que aún no han sido publicados en la lengua local simplemente porque aún no ha dado tiempo.
Habría que explicar aquí más sobre el mercado editorial chino. La gran mayoría o la totalidad de las editoriales son estatales y dependen del ministerio de propaganda. Pero al mismo tiempo tienen la obligación de no perder dinero, por lo que a las razones culturales para publicar un libro se le suman las comerciales (por eso hay editoriales estatales en China que publican a Harry Potter). Luego hay algunas empresas culturales que publican libros alquilando los ISBN de las editoriales estatales; éstas suelen ser un poco más parecidas a nuestras editoriales, pero en general son pocas y pequeñas comparadas con las estatales.
Bien, Arlt se publicó sin grandes pretensiones. Sin embargo a poco de haber llegado a librerías despertó un inesperado -inesperado para los editores- entusiasmo en los lectores: rápidamente se habló en Douban -el Twitter chino para libros y películas- del “Dostoyevsky argentino” y quien sea el anónimo que creó esta sentencia le hizo un gran favor al libro, porque empezó a venderse de a miles. Casi se agotó la primera tirada de 10.000 ejemplares y ya se piensa en una segunda impresión.
El caso de Aira es más complicado. Se publicó cuando su nombre resonó más que otros años para el Nobel. Salió un artículo en The Guardian que leyó un editor chino. Se produjeron unas tapas bellísimas y se publicaron cinco novelas. Pero el resultado no fue el mismo que con Arlt: “Muchos lectores dicen haber elegido el libro por la portada -dice su editora, Shahui Wang-. Y la primera palabra que aparece en las notas de Internet es ‘imaginación’. Sin embargo, parece que muchos lectores se han quedado desconcertados ante este autor”. La editora es una de las mayores entusiastas lectoras de Aira en China y ha hecho todo por promoverlo, y se nota en el tono de su voz que seguirá, pero se ve que el camino del argentino para abrirse paso entre los lectores locales es duro.
Lu Nan, editora de Peoples Literature Publishing House, una de las mayores editoriales del país, dice: “Creo que los clásicos argentinos del Siglo XX están muy bien presentados al público chino, publicados muchas veces y promocionados. Borges se ha convertido en un ícono de la cultura y es una lectura obligada para todos los amantes de la literatura aquí. Los muy antiguos y los muy nuevos están menos publicados y son desconocidos para el público. Algunos, como Mariana Enriquez, se publican pero solo se conocen en un determinado círculo, lectores de literatura española y lectores de literatura extranjera. Sin embargo creo que la literatura argentina como concepto ha impresionado a los chinos. Para los chinos, Argentina es un país conocido por su literatura”.
Hemos hablado mayormente de las publicaciones, del aspecto más práctico. Queda para otro momento el difícil tema de la recepción de nuestra literatura en China. El filósofo Gustavo Bueno una vez dijo que no podía leer a Confucio porque se le caía de las manos, “son puras estupideces banales que está muy bien, pero no se puede comparar con los griegos”. Otro filósofo, más refinado en su apreciación de la filosofía asiática, le respondió que él no podía leer a Confucio porque no tenía el contexto, que cuando leía a Platón lo entendía porque vivía entre gente que de una manera u otra había bebido de Platón, pero leer a Confucio sin el contexto y las circunstancias que completan la lectura era como leer las galletitas de la suerte de los restaurantes chinos. De la misma forma se puede decir que es muy difícil saber qué pueden entender los chinos cuando leen el Martín Fierro o El Facundo sin tener ningún atisbo del contexto en el que fueron creados.
Aira ha dicho que la literatura pasa del sobreentendido al malentendido, sin detenerse nunca en el entendido. A ese malentendido venturoso se le puede confiar al pensar en la literatura argentina en China.
De Guillermo Bravo para Eterna Cadencia