Juan Cortelletti es un autor marcado por una vida en muchos países y una vasta formación humanista. En los cuentos de Sección 6 se ven dos grandes marcas: China y la rutina del trabajo de oficina. Conversmaos con él sobre la huella que dejó en él sus años viviendo en China.

 

Después de tu primer libro, ¿Cómo surgió este segundo libro de cuentos y qué diferencias ves entre un libro y otro? 

 

Mi segundo libro surgió durante mi experiencia de vida en Beijing, en el marco de un taller literario que compartimos con escritores y periodistas hispanohablantes. Uno de ellos, Guillermo Bravo, terminó siendo el editor de este segundo libro. Casi todos los cuentos de Sección Seis fueron escritos durante ese periodo o el año siguiente, cuando regresé a Buenos Aires.

En el primero, Seres Primordiales, veo ahora, retrospectivamente, un intento por lograr historias con una estructura lógica, racional, que cerrara sin fisuras. Más premeditados y cerebrales. Por supuesto que la imaginación estaba presente, pero digamos que trabajaba bajo la supervisión estricta de la razón.

En Sección Seis, en cambio, intenté que la historia fluyera un poco por sí misma, la dejé seguir los caminos que eligiera la imaginación. Soy una persona muy cerebral y en estos cuentos busqué un espacio donde se pudiera apagar -o al menos bajarle el volumen- a la lógica. Que la imaginación se desplegara como en un juego. Lo raro, lo oscuro que pueda tener el libro, viene de ahí. Las historias fueron para lugares impensados.

Son libros distintos, escritos en distintos momentos. Creo que en Sección Seis encontré un tono que me gusta y que ha llegado para quedarse.

 

¿Y de qué manera tu literatura está atravesada por la experiencia China? 

 

Los cuentos están atravesados por China porque fueron concebidos, escritos y corregidos en ese país en un periodo en el que yo estaba profundamente involucrado con la cultura china, con su estética y con el chino mandarín. También están marcados por la vida un poco nómade que tuve en los últimos quince años, por la preocupación, llevada al plano fantástico, sobre el impacto que puede tener la emigración permanente.

Aunque algunos relatos se sitúen en un contexto literario que podría evocar cualquier país, el pulso de Beijing, las preguntas que me hice durante esos años -quién era yo durante esos años- y las ideas que surgieron de interactuar con amigos chinos y de otros países dejaron su marca.

Si tuviera que señalar un factor especialmente potente de esa influencia mencionaría el idioma. Lamentablemente lo estoy olvidando muy rápido, una pérdida que vivo casi como un duelo.

 

Esto que decís de la migración y las mudanzas está presente en varios cuentos.

 

Sí, es que tuve cinco mudanzas internacionales en unos 12 años, y en cada país también tuve que mudarme por distintas razones. A veces me despierto y pienso que estoy en un departamento en el que vivía en otro país. Cada país tuvo su intensidad, su excepcionalidad, y luego estas experiencias se acumulan como fragmentos desconectados de la memoria. Un gran amigo chileno con el que compartimos mucho tiempo en Hanoi me decía “vas a ver que cuando nos vayamos de acá, lo vamos a recordar como algo irreal, como un sueño, no vamos a estar seguros de si verdaderamente pasó”. Es un tema que me atrae y me preocupa, se lo puede ver en algunos cuentos.

 

Y ahora que estás radicado en Estados Unidos ¿Qué vínculo conservás con China?

 

El principal vínculo es la nostalgia: extraño la vida en Beijing, los amigos, las rutinas y el idioma. Conozco a muchas personas que vivieron allí y comparten un sentimiento similar. China deja su marca; no es un lugar fácil de olvidar.

En lo práctico, sigo en contacto con amigos que aún viven allá, y nos hemos reencontrado tanto en Buenos Aires como en Estados Unidos. Siempre mantengo la esperanza de regresar a vivir en China, aunque sé que no encontraré exactamente lo mismo que dejé.

 

Pasaron los años desde que dejaste China ¿Qué impresión recordás de tu descubrimiento de ese mundo?

 

Lo viví, con cierta fantasía infantil, como si hubiera aterrizado en otro planeta. Todo era distinto y ajeno a un nivel que no había anticipado. Me sorprendió, por ejemplo, cómo los gestos y la comunicación no verbal funcionaban de otra manera. Aunque ya había estudiado en China por un período, no había reparado en esto. Esa nueva perspectiva, en un entorno tan singular, fue enriquecedora.

También me sedujo el propio idioma, el chino, una tecnología tan rica y antigua que comencé a utilizar poco a poco. Me fui sumergiendo en sus reglas, su estética, en la carga histórica y cultural que transportan los caracteres chinos. Así el mundo chino se me fue volviendo un poco más familiar, menos extraño.

Es un hecho extraordinario que un idioma tan antiguo -aunque adaptado, simplificado- sea un dispositivo vigente que permite narrar el mundo moderno. Con esa lengua de raíces milenarias es posible contar el siglo XXI, la biotecnología, la inteligencia artificial, la física cuántica.

 

En «Gravitación», uno de los textos de Sección 6 hablpas de fantasías o expectativas sobre el chino mandarín, como si esa lengua muy diferente a la nuestra puediar abrir la puerta a nuevas maneras de percibir o interpretar ¿Creés que pasa algo de eso en el aprendizaje del idioma chino?

 

Sí, porque el idioma condiciona nuestro pensamiento, pensamos a través de esa estructura que nos brinda una lengua. El mundo al que se accede a través del español o de cualquier otro idioma es distinto al mundo que cuenta el mandarín. En algún momento tuve el objetivo de alcanzar un nivel tan alto en el uso del idioma que me permitiera conocer ese mundo, pero me quedé a mitad de camino, o a menos de la mitad. Conocer un idioma nos habilita otras percepciones. Exagerando un poco, distorsiona nuestra forma de ver las cosas porque incorpora toda la potencia de una lengua.

 Y en el caso del chino, es un idioma único, cargado de belleza, fascinante aún si no se lo comprende del todo. Por eso, en el texto que mencionás, me refiero a los calígrafos como verdaderos artistas; su trabajo no es solo escritura, cada caracter es una pequeña obra de arte, una expresión estética del lenguaje.

 

Viviste en Hanoi ¿En qué se parece a Beijing? ¿Y a tu Mar del Plata natal?

 

Vietnam y China comparten algunos rasgos culturales que son producto de la prolongada ocupación de las dinastías chinas hace siglos. Ese tipo de procesos históricos dejan marcas profundas. En Vietnam también se puede ver la influencia de la ocupación francesa.

Pero Hanoi y Beijing son ciudades son muy distintas. Hanoi es una ciudad cálida casi todo el año, la vida transcurre al aire libre: la gente comparte mucho en la calle. La vida en Beijing es un poco más en el interior, tiene inviernos largos y, en la época en la que viví allí, la contaminación del aire limitaba un poco las actividades al aire libre, haciendo que la vida diaria fuera menos callejera.

Desde el punto de vista de un extranjero —que, claro, podría ser refutada por vietnamitas o chinos— veo un gusto común en ambas culturas por la amistad, la vida en familia, el respeto a los mayores, la curiosidad y el deseo de conocer y aprender sobre otras culturas.

Mi querida Mar del Plata no se parece tanto a Hanoi ni a Beijing; es una ciudad más tranquila, salvo en enero, con más espacio y una circulación más moderada.

 

¿Estás escribiendo algo en este momento?

 

Mi ritmo de producción literaria es bastante lento; en casi 20 años de escritura, solo he publicado dos libros. Las obligaciones de la vida cotidiana me apartan un poco de la escritura. Intento dar pelea contra contra esto, busco rutinas que me permitan resguardar espacios para escribir de manera constante, pero no es fácil.

Sigo escribiendo cuentos y, ocasionalmente, poemas. Quiero empezar una novela pero es un proyecto que a veces me parece inabordable. Una estrategia sería concebir la novela como una serie de cuentos interconectados. Algo de eso está presente en Sección Seis, donde varios relatos están vinculados.

Tuve la oportunidad de conocer a Mo Yan, y le pregunté cómo abordaba la escritura de novelas, dado que me parece un esfuerzo de largo aliento, que requiere una concentración y un compromiso enormes durante un período prolongado. Él me comentó que estructuraba y pensaba sus novelas como una colección de historias breves, lo que le permitía administrar la complejidad del proyecto. Esto me dio la esperanza de intentar algo similar, aunque también es importante reconocer las posibilidades y límites propios. No creo que sea un escritor que llegue a publicar 15 o 20 libros, sino quizás cuatro o cinco.

 

 

 

 

 

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